Chema Lahidalga, un español de 37 años, cumplió uno de sus sueños al recorrer en bicicleta, durante cinco meses, gran parte de Europa y Asia, comenzando su viaje en Santander y terminando en Pekín, cual antiguo viajero de la Ruta de la Seda.
Con una bicicleta que se compró en 1992, un sólo par de zapatillas y muchas ganas de ver mundo, este ciclista aficionado ha cruzado los desiertos de Asia Central, la costa del Mar Negro, la Capadocia turca y otros espectaculares paisajes, hasta llegar, el pasado día 28, a la capital china, donde ha permanecido esta semana.
En una entrevista para Efe, Lahidalga -siempre enfundado en su ropa deportiva en la que luce el logotipo del Gobierno de Cantabria, uno de sus patrocinadores-, cuenta su largo periplo, los mejores y peores momentos y por qué un día se decidió a emular a Marco Polo.
"Hace cinco años hice un viaje en bicicleta por Italia, Grecia y Turquía con un amigo, Fran. Incluso antes de acabarlo tenía ya en la cabeza la idea de hacer la Ruta de la Seda", cuenta Lahidalga en un pequeño restaurante junto a la Plaza de Tiananmen.
Esa ruta, que los caravaneros recorrieron durante 2.000 años para comerciar entre Asia y Europa, "siempre me ha llamado mucho la atención, porque quería pasar por el Mar Negro, Irán, los países de la antigua URSS o China", cuenta el ciclista, que en su viaje ha perdido 15 kilos pero se siente "como para correr una maratón".
El cántabro ha recorrido casi 17.000 kilómetros, cuando en un principio pensaba que sólo serían entre 10.000 y 13.000, y sumando todos los puertos ha ascendido 120 kilómetros, el equivalente a trece "Everests".
España, Francia, Italia, Eslovenia, Croacia, Serbia, Bulgaria, Turquía, Irán, Turkmenistán, Uzbekistán, Kazajistán y China han formado el itinerario.
Lahidalga se planteó incluso volver en bicicleta por otra Ruta de la Seda más sureña, aunque decidió desistir porque pasa por dos países en conflicto, Irak y Afganistán.
Sólo le faltó al cántabro cruzar en bicicleta el Bósforo, que separa Asia y Europa en Estambul, aunque tuvo que hacerlo en ferry, ya que los puentes están reservados sólo a vehículos motorizados.
Del viaje, Lahidalga recuerda la belleza y el silencio total del desierto de Turkmenistán, las aguas cristalinas del Mar Negro -por paradójico que suene-, y también la hospitalidad de los turcos, los iraníes o los uzbecos, mientras que los chinos, en opinión del ciclista, no son tan cálidos y "son un mundo aparte en lo que respecta a comunicación, no entienden ninguna palabra en inglés".
La hospitalidad centroasiática le permitió dormir algún que otro día en casas de familias, y poder dejar plegada la tienda de campaña. También pernoctó en cuevas turcas, aunque el lugar más raro donde se "alojó" fue en un pueblo de Uzbekistán donde durmió al raso... pero en cama.
"Se me rompió la tienda, pero el dueño de la finca donde estaba sacó al aire libre una cama en la que dormí", recuerda Lahidalga.
Tampoco pudo montar la tienda en los campos cercanos a la ciudad de Vukovar, en Croacia, donde los carteles de la cuneta avisaban que estaban plantados de minas.
El torrelaveguense se muestra modesto ante su proeza -"ahora me parece como si hubiera durado sólo tres días", asegura-, y más cuando en el viaje ha visto otras mayores, como aquella pareja que iba en moto en Irán y de repente, ante sus ojos, se cambió de posición sin detenerse: el de delante se puso detrás, y viceversa.
Lahidalga reconoce que hubo momentos en que estuvo a punto de echarse atrás en su aventura, por ejemplo en Uzbekistán, cuando el visado para entrar en Kazajistán se demoró más de la cuenta, o cuando, subiendo un puerto en Croacia, "veía que iba demasiado despacio y empecé a preguntarme qué estaba haciendo allí".
También los días de viento, o de nieve (subiendo puertos de casi 3.000 metros) se le hicieron cuesta arriba, aunque a veces los vendavales también fueron su mejor aliado.
"Hubo un día de viento exagerado, tanto que sin dar pedales arranqué, y en llano alcance 74 kilómetros por hora, casi lo mismo que había alcanzado bajando el monte Ararat", recuerda.
Ante las dificultades, el cántabro sacó fuerzas de donde pudo, como en los momentos en que estuvo enfermo, o la primera semana en China, en que viajó sin mapa alguno.
También cuando, cruzando el desierto, se quedó sin comida. "Al día siguiente vi un camión parado a lo lejos, deseé que fuera cargado de sandías... ¡y sí, llevaba sandías!", frutas que le salvaron de una deshidratación.
Lahidalga ha viajado patrocinado por la consejería de Cultura, Turismo y Deporte del Gobierno de Cantabria, y también ha contado con el apoyo económico de las tiendas y marcas Sony Gallery, Mavi, Macario y Monroy, a las que agradeció la ayuda.
El aventurero no se ha cansado de su bicicleta, porque ha asegurado que al poco de aterrizar en Santander, recorrerá sobre su sillín el trecho entre la capital cántabra y Torrelavega, donde dice no esperar grandes recibimientos, únicamente "llegar a casa y decir 'oye, que ya está, que ya he llegado".
Lahidalga ve cumplido su sueño y anima a que todo el mundo lo haga, ya sea deportivo o no: "Cualquier idea, cualquier sueño que tengan, háganlo. Olvidense de todo por unos meses, y procuren realizarlo" aconseja.
:: Vía EFE.
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